domingo, 18 de enero de 2009

Volvió con los ojos llorosos, se arrepintió de todo y pidió disculpas. Llegó 2:30, como había dicho esa mañana. Y mientras salíamos, tocaba la puerta.
Contó sus problemas, explicó su desaparición inesperada y yo sentí lástima.
Desde su llamada me pareció rara su vuelta, no sentía alegría, ni pena. Me brotaron algunas lágrimas y pensé en todo lo que había llorado luego de su partida. El tiempo sí que cura todo, heridas, pisotadas, indiferencias, exilios de las vidas de muchos, y así continua. Ya no ocurría nada, dejé de extrañar en un momento que ni siquiera se manisfestó, yo no lo noté pero ocurrió en algun episodio de mi vida.
Su llegada llegó con la crudeza, esa crudeza que uno olvida mientras se enfoca en uno mismo. Esa crudeza que yo aprendí a verla y luego me enceguecí, como muchos lo hacen ahora. Me hizo recordar la indignación, brotó ese lado que empezaba a empolvarse. La crudeza de la realidad volvió a aproximarse.
No puedo llegar a manifestar todo lo que ocurrió ayer, todo lo que me pasó por la cabeza, por mis emociones, por mis crencias. Ni con los más rebuscados adjetivos se puede describir una escena como la de ayer. Vuelvo a recalcar, uno se olvida en el mundo que vive, de la gente que camina junto a ti en la calle, que camina contigo, la gente que te acompaña en el asiento del bus.
No se olviden, quien o quienes lean esto: la vida es cruda, nosotros tenemos herramientas, tenemos esto, con solo tener este tipo de acceso al mundo, tenemos algo. Recuerden que algunos no tienen nada, no solo piensenlo, sino sepanlo, concibanlo, de verdad reflexionen sobre ello.



A la inonencia que reina su ser.

lunes, 12 de enero de 2009